domingo, 19 de agosto de 2012

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Derrepente lo comprendió todo. Fue una mañana cualquiera, de un día cualquiera, aunque por la claridad con la que sus propias decisiones se asentaron frente a sus ojos, mientras se observaba en el espejo, aquello ya llevaba tiempo fraguándose.

Ay Daniela, se dijo, que ciega has estado. Llevas tanto tiempo intentando entenderte que te olvidaste del viento, del mar y de los olores de las ciudades. Te olvidaste de que nada, nunca, te hará tan feliz como sentir cómo la vida vibra a tu alrededor. Llenarte los pulmones de la libertad que se respira en una ciudad sin nombre, disfrutar de los retos del día a día, desesperarte enloquecida y sacar fuerzas de donde las haya. Sorprenderte a tí misma en cada paso hacia adelante, superar aquello que consideraste insuperable hace tan solo unos días.

Mientras se miraba en el espejo, se sorprendió a si misma sonriendo. Era una sonrisa de alivio, de satisfacción. Ahora se veía con mejores ojos que antes. Decidió que habia llegado el momento de cambiar, de sentir y de dejarse llevar. Se acabó el pensar en lo que se debe en vez de en lo que se quiere. Se acabaron el miedo, la culpa y las sombras.