lunes, 4 de abril de 2011

Negra Noche, no me trates así

La soledad que proporciona una playa desierta, cuando el sol ya se ha puesto y solo queda el reflejo de la luna en las olas del mar. La soledad tranquilizadora y reparadora de sentarse sobre la arena húmeda, sentir como los pies se hunden suavemente y un escalofrio agradable te recorre las piernas. El ruido monótono y relajante de las olas, la suave brisa silbando en los oidos... Pero no era ese tipo de soledad amigable. Era más bien la soledad de un aula donde oyes susurros a tus espaldas, el arrinconamiento en los juegos en grupo, las miradas burlonas y las consecuentes risas en los vestuarios y las preguntas con segundas intenciones. Las palabras que calaban y me hicieron dar pasos hacia atrás en vez de hacia adelante, que me entorpecieron y me empujaron a un camino diferente, donde no había ninguna cinta que romper al final de la carrera. La sensación de no tener nada, de no tener nada cálido alrededor que te haga fuerte, el frío de un corazón que tenía demasiado amor y bondad para dar y que nadie quiso...Eso era lo único que se me venía a la cabeza, lo único que podía recordar. Daba vueltas y vueltas y no quería marcharse. A veces pienso que no lo he superado del todo y que aprovecha la mínima oportunidad para resurgir y recordarme lo débil que era y lo débil que sigo siendo a pesar del tiempo, que todavía no he aprendido que cuando se apagan las luces, no queda más que uno mismo, porque es uno mismo quien debe saber cómo encontrar el camino y volver a encender las luces.

Por suerte, no durará mucho y mañana será otro día..