sábado, 25 de enero de 2014

Ambivalencia.

De cada nueva aproximación brotan repetidos retrocesos. 
A cada movimiento el deseo crece,
 para morir entre los dedos, 
desapareciendo sutilmente 
entre las formas de las noches de esta ciudad, 
o de cualquier otra.

Lanzarse en la búsqueda de razones ilógicas
que se apiaden de las miradas que,
cuando no mira,
aparecen entre los huecos
y se posan en los recovecos
de su espalda de espaldas.

Momentáneamente invadida
por detenidos deseos de hablar 
en el avance,
seguidamente desterrados
y enterrados en el olvido
bajo argumentos que,
de repente,
ganan peso.

Inventar retroalimentaciones inexistentes
o prácticamente intangibles,
para volcarse  de seguido
en su desmantelamiento,
reinterpretando las señales
como insulsas
como levemente notorias,
hasta deshacerlas en pedazos
minúsculos,
microscópicos,
invisibles y ausentes.

Porque intentar lo imposible,
atreverse a investigar 
qué se oculta tras su rostro y sus ojos,
muta en unos segundos
de seguro
a improbable
a inimaginable
a inaudito.


De ambivalencias y vicevesas 
están tupidas a rebosar, 
tu espalda y la mía, 
dándose la espalda
un día y otro día....