A cada movimiento el deseo crece,
para morir entre los dedos,
desapareciendo sutilmente
entre las formas de las noches de esta ciudad,
o de cualquier otra.
Lanzarse en la búsqueda de razones ilógicas
que se apiaden de las miradas que,
cuando no mira,
aparecen entre los huecos
y se posan en los recovecos
de su espalda de espaldas.
Momentáneamente invadida
por detenidos deseos de hablar
en el avance,
seguidamente desterrados
y enterrados en el olvido
bajo argumentos que,
de repente,
ganan peso.
Inventar retroalimentaciones inexistentes
o prácticamente intangibles,
para volcarse de seguido
en su desmantelamiento,
reinterpretando las señales
como insulsas
como levemente notorias,
hasta deshacerlas en pedazos
minúsculos,
microscópicos,
invisibles y ausentes.
Porque intentar lo imposible,
atreverse a investigar
qué se oculta tras su rostro y sus ojos,
muta en unos segundos
de seguro
a improbable
a inimaginable
a inaudito.
De ambivalencias y vicevesas
están tupidas a rebosar,
tu espalda y la mía,
dándose la espalda
un día y otro día....