sábado, 10 de julio de 2010

A la aventura

Me bajo aquí mismo sin saber donde, solo porque parece el centro. Busco mapas en las marquesinas de los autobuses para intentar no estar tan perdida. Voy preguntando a las camareras de los bares dónde estoy y como llego a otra parte. Subo más de trescientas cincuenta escaleras con la mochila al hombro. Me quemo por el sol. Busco conchas en la playa y salto las olas del mar. Fotografio catedrales, cócteles y a Irene en la plaza mayor. Me da miedo, pero disfruto. Me gusta sentir ese miedo que crea la confusión, la incertidumbre, la sorpresa de encontrar cosas nuevas.
Sin embargo, cuando tengo miedo, miedo de verdad, ese miedo que no es divertido, solo puedo ir a un sitio. Es al único sitio al que iría a ojos cerrados, sin necesidad de buscar nada que me indique el camino, porque lo conozco perfectamente. Es un lugar cálido y blandito, que me arropa como a una niña y me hace sonreir.
Supongo que ya sabrás donde está ese sitio. No te lo lleves.