lunes, 24 de mayo de 2010

Reflexión 4

"-No sabes lo que supone para mí que me digas esas cosas-le dije. Era un día cualquiera, no había sucedido nada fuera de lo normal. Había amanecido de nuevo. El sol brillaba con fuerza, pues era ya mediodía, aunque desde la ventana de su cuarto no se apreciara. Volví a abrir los ojos, sonriendo, con la seguridad de que seguía allí. Todavía dormía profundamente, tumbado boca abajo muy cerca del borde de la cama, con su carita de niño contra la almohada. Es sumamente agradable sentir el calor que su cuerpo deja en la cama, su olor en las sábanas.
Su presencia, su habitación, sus cosas, las ropas entrelazadas en el suelo, creaban un espacio de refugio, de paz. Era un escondite del mundo, donde no era consciente del paso de las horas. Era uno de los pocos sitios donde me sentía segura, uno de los pocos sitios en los que realmente quería estar. No había fronteras con su piel. Era tanta la complicidad y la entrega que lo veía como una prolongación de mi cuerpo. No había zonas prohibidas para los ojos ni para las manos.
Ahora ya ha despertado. Se esconde entre las sábanas lamentando que la noche haya terminado. Lo cierto es que a mi también me da pena. Me reuno con él bajo las sábanas y juntos nos olvidamos del mundo que nos rodea. No puede haber nadie más feliz..."



"Me dejaré llevar, a ningun lugar"