viernes, 27 de agosto de 2010

Lavadora

Una mano que pasea despacio, deteniéndose en cada curva, ascendiendo suavemente, amoldándose a la forma de la piel que se haya bajo su piel. Al principio, avanza tímida y cautelosa, pensando antes cada paso, mirándose fijamente a sí misma, sin fijarse en los ojos que la miran. No haya obstáculos en su camino, y nota como la suave piel que acaricia va destensandose lentamente, nota como la acepta y como quiere que continúe. Se siente más cómoda, ya no tiene miedo. Es entonces cuando levanta la mirada y se centra en sus ojos, en las pupilas dilatadas y en el oscuro color del iris, que apenas permite distinguirlas.
Su mirada; su mirada expresaba tantas cosas aquella tarde que no encontraba palabras para describirla. Encontró ese afecto que tanto añoraba y que ya conocía, encontró esa aceptación que tanto necesitaba y que tanto miedo le producía al mismo tiempo. Solo podía mirar y seguir mirando, seguir perdiéndose en sus ojos sin dar un paso más, hasta que sintió como su propia atracción le empujaba hacia adelante, a él, le impulsaba a acercarse y a sus manos, a continuar su camino [...]




Unos labios que ya no tienen miedo, que siguen el camino de las manos, mucho más deprisa y sin titubeos, hasta quedarse sin aliento y dejar de sentir esa piel bajo la suya, porque ya la siente como propia, coordinando todos los movimientos y moviéndose al ritmo de sus palpitaciones, latiendo al unísono..



*¿Quieres mirar la lavadora conmigo?