martes, 4 de agosto de 2009

Por Roma

No podía faltar una especial mención al Anfiteatro Flavio. Imponente todavía, a pesar del tiempo, pues fue construido entre los mandatos de Vespasiano y Tito e inaugurado finalmente en el año 80 d.C. Y terminado por Domiciano en el 82.
Realmente no sé explicar por qué me atrae tanto esta obra en particular, pero para mi es algo maravilloso. No se trata tan solo de que reconozca, desde un punto de vista arquitectónico, como aficionada al arte, la belleza y perfección de sus formas. Su estructura, maciza y resistente, hecha con toba y travertino, los corredores interiores, cubiertos con bóvedas de cañón o de arista, la división de la cavea en tres zonas, la disposición exterior en tres pisos (toscano, jónico y corintio)...
Tal vez sea por la fortaleza que transmite, que, aunque desmejorado, parece no sucumbir al tiempo, reflejo de la grandeza del Imperio Romano, que se resiste a desaparecer.
Independientemente de mis motivos, es innegable que se trata de una de las maravillas que se conservan del mundo antiguo.
Lo cierto es que la ciudad en si me encanta. Incluso podría decir que es el pais entero el que me atrae. Desde siempre he deseado viajar a Italia, y pasar allí una temporada, visitando el duomo gótico de Milán, la maravillosa cúpula de Santa Maria dei Fiore en Florencia, dar un paseo en canoa por las calles de Venecia y pasar bajo el sol de los pequeños pueblos de la toscana varios dias. Pero no sentirme como una turista estresada en un viaje programado, que va corriendo de un lado a otro, echando fotos y pendiente de no perderse del grupo de 300 personas con el que va ni de la explicación del guía. Prefiero pasear sola una y otra vez por las calles y visitar una y otra vez los edificios, museos, plazas, etc...que yo elija, detenerme en los detalles que desee y perder de vista el paso de las horas.