jueves, 8 de abril de 2010

On peut rêver

Aún recuerdo cómo me quedé a las puertas de ver esta maravilla. -¡No!- respondió mi profesora de francés ante mi idea de pasarnos, antes de subir a la Torre Eiffel, a contemplar la belleza de éstas vidrieras. - Pero Maria José, ¡es arte!, ¿cómo vamos a irnos de Paris sin ver la Sainte Chapelle?. Caso omiso y respuesta nula. No es que ella no quisiera, pero ya se sabe lo que pasa con los viajes programados en los que hay que ir corriendo de un sitio a otro. Además, cuando entras a los lugares de interés, no puedes decidir hacia donde quieres ir. El mogollo es el que decide por tí y el que te lleva. Eso nos sucedió en el Sagrado Corazón. Cuando quise darme cuenta, ya había salido, porque el mogollo también lo había hecho. Me di cuenta entonces de que apenas me había dado tiempo a contemplar el interior.

De todas formas, dado lo que sucedió tan solo unas horas después, podiamos haber "malgastado" nuestro valioso tiempo en la majestuosa iglesia gótica. Lo que sucedió concretamente (que hace que me hierva la sangre cada vez que lo recuerdo), fue que por la estupidez de ciertas personas, las cuales, por encontrarse en esa etapa extraña e insoportable de la vida que todo ser humano atraviesa, prefirieron entretenerse pintándose la raya del ojo en el baño antes que apurarse para que los demás pudieramos darnos el lujazo de entrar al Louvre por la cara. Llegamos tarde. Llegamos tarde y ya no pudimos entrar, conformándonos sólo con haber estado debajo de la pirámide de cristal.

En fin, fue un buen viaje, todo hay que decirlo. Todo esto se me ha venido a la memoria porque por casualidad me he topado con una fotografía que hice del Sagrado Corazón. Todo lo demás ha venido de la mano. Hace demasiado tiempo que no hago uno de estos viajes y ya va siendo hora de intentarlo de nuevo. A ver qué me depara el verano...


"on peut rêver..."